Por Héctor Estrada
Las publicaciones de localización buscaban a Gerardo, pero era Violeta la que estaba desaparecida. Así fue como el rostro de Violeta Ramírez Pérez circuló este miércoles en redes sociales junto a la dolorosa noticia de su localización, muerta y abandonada en un paraje de la carretera entre Tuxtla Gutiérrez y Copoya.
Violeta era una joven mujer trans de apenas 25 años. El pasado lunes 19 de octubre se le vio salir de su hogar en la colonia ISSSTE de la capital chiapaneca a donde nunca más volvió. Su cuerpo, con evidentes rastros de violencia, fue encontrado este miércoles en el paraje conocido como “La Virgencita” de la carretera que lleva al poblado de Copoya.
La joven se convirtió en la quinta víctima de la violencia transfeminicida en Chiapas en lo que va del presente año. Y es que, de acuerdo a datos del Observatorio Ciudadano LGBTTTI+, durante el 2020 se han documentado cinco crímenes de odio en contra de mujeres trans en la entidad: tres en Tapachula, una en San Cristóbal de las Casas y ésta última en la capital chiapaneca.
Se trata, según informes de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y la Fiscalía General de la República (FGR), de uno de los grupos poblacionales más vulnerables del país, y el más vulnerado en lo que respecta a la diversidad sexual. El no reconocimiento a su identidad de género se vuelve un factor determinante para ser segregadas y violentadas, incluso después de su muerte.
El ejemplo más reciente de dicha situación es justamente el de Violeta. La violencia, segregación y rechazo durante toda su vida e incluso su violenta muerte parecen no haber sido suficientes para saciar el odio contra ella y lo que representa. Basta dar un vistazo a los comentarios de mofa, indiferencia y hasta “gusto” en las publicaciones sobre la localización de su cadáver.
Solamente la discordancia entre la foto y el nombre de su ficha de localización se convirtió pronto en alimento para el morbo y la transfobia de las redes… En mayor o menor medida, es ese mismo odio el que a muy temprana edad las arroja a las calles, que las excluye de las fuentes laborales, que muchas veces las condiciona a la clandestinidad riesgosa del trabajo sexual y que, en numerosos casos, también les arrebata la vida.
A Violeta tampoco la respetaron ni le reconocieron el derecho a su identidad después de la muerte. Por el contrario, la revictimizaron. Hicieron de su discordancia de género el centro del debate público y las burlas, relegando la importancia de su asesinato que hoy exige justicia. La falta de sensibilidad para nombrarla como ella misma se identificaba no sólo era crucial para su búsqueda y localización, sino también como medida de dignificación a la víctima.
En una entidad donde se ha determinado negar la existencia de las personas trans desde las instituciones, muertes como las de Violeta pierden toda la perspectiva de género que ayuda a entender el por qué de la violencia asesina que les arrebata la vida todos los años. Sus asesinatos terminan convertidos en simples expedientes por homicidio, invisibilizando esa condición como personas trans que resulta determinante en todos los aspectos.
Por eso las iniciativas para legalizar los procesos de armonización y reconocimiento de identidad de género en Chiapas, así como la tipificación de sus asesinatos, son tan importantes. Iniciativas como las que hoy se encuentran congeladas dentro del Congreso a fin de establecer los procedimientos para la rectificación de actas de nacimiento y documentos oficiales no sólo ayudarían a armonizar su condición legal, sino también contribuirían a reconocer a una población que en pleno siglo XXI sigue siendo invisibilizada… así las cosas.