Agencia El Universal|Ciudad de México.- Las dramáticas imágenes causadas por devastadores temporales han vuelto a prevalecer durante el verano. En Alemania, las intensas lluvias arrasaron pueblos enteros y truncaron la vida de más de 160 personas a su paso por el oeste del país.
En Turquía, la peor ola de calor registrada en la costa oriental del Mediterráneo en más de tres décadas, desencadenó los más severos incendios forestales en su historia, mientras que, en Sicilia, dejó en los termómetros la marca de 48.8 grados, un récord en Europa.
Del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, las fuertes inundaciones y las intensas tormentas tropicales causaron pérdidas humanas, así como dejaron a su paso una enorme estela de destrucción.
Los incendios, el calor brutal en todo el Mediterráneo y las tormentas extremas en suelo estadounidense, no son fenómenos aislados, sino consecuencias del calentamiento global, reconocido en todo el mundo pero que no es combatido con la intensidad requerida, ni tampoco es atendido de manera consistente por la comunidad de naciones.
La pandemia de coronavirus resultó en un nuevo distractor de la lucha contra el cambio climático.
Los confinamientos aplacaron el movimiento estudiantil que tomaba fuerza por las calles del planeta en exigencia de mayor acción, mientras que los gobiernos, escudándose en la contención del Covid-19, han relegado el debate climático a un segundo plano.
“El mundo no puede darse el lujo de continuar así”, desactivando y activando el debate, los compromisos, las acciones, dice a EL UNIVERLSAL Janek Vähk, Coordinador del programa de Clima, Energía y Contaminación de la organización Zero Waste Europe.
“Los reportes científicos arrojan evidencias realmente preocupantes. Las consecuencias serán severas si continuamos por este camino. Lamentablemente, en política, muchos siguen pensando a corto plazo”.
La Organización Meteorológica Mundial encendió este miércoles (1 de septiembre) nuevamente las alarmas al presentar los resultados del estudio más exhaustivo realizado hasta ahora sobre la evolución de la mortalidad y las pérdidas económicas causadas por desastres asociados al cambio climático.
El documento sostiene que durante los últimos 50 años “el número de desastres se ha quintuplicado, impulsado por el cambio climático”.
En total, entre 1970-2019, en todo el mundo se registraron más de 11 mil desastres atribuidos a fenómenos meteorológicos, climáticos e hidrológicos extremos, ocasionando más de 2 millones de víctimas mortales y pérdidas económicas por 3.64 mil millones de dólares.
Los países en desarrollo concentraron más de 91% de las muertes, y los fenómenos que provocaron la mayor cantidad de víctimas fueron las sequías, sumando 650 mil muertes; las tormentas con 577 mil 232 muertes, las inundaciones con 58 mil 700 muertes y las temperaturas extremas que contabilizaron 55 mil 736 muertes.
El perfeccionamiento de los sistemas de alerta temprana y la mejora de las prácticas de gestión de desastres, han contribuido a reducir el número de muertes en casi tres veces, comparando las décadas de 1970 con la de 2010, pero las pérdidas económicas se multiplicaron por siete durante el mismo periodo, lo cual confirma que los costos para las arcas públicas aumentan a medida que se incrementa la exposición.
“Estamos viendo un clima extremo cada vez más devastador. Desde incendios forestales en Italia, Grecia y Turquía hasta inundaciones en Bélgica y Alemania”, dice a este diario, Imke Lübbeke, titular de Clima y Energía de la oficina para Europa del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
“Los avances en la ciencia nos están permitiendo vincular la frecuencia e intensidad de los eventos con el cambio climático”.
Sostiene que el calentamiento global ya ha alcanzado los 1.1 grados centígrados, y recuerda que es imperativo limitarlo a 1,5 grados, como prometieron los Estados en el Pacto de París.
“El mundo está al borde de un daño irreversible, y cada fracción de grado de calentamiento es importante. Se deben tomar medidas urgentes en Europa y en todo el mundo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y proteger y restaurar la naturaleza”, insiste.
“Si no se controla, el cambio climático provocará una conmoción total en todo nuestro planeta, con consecuencias irreversibles para las personas, la naturaleza y las economías”.
Los estudiosos coinciden en que la solución está en la firme reducción de las emisiones de efecto invernadero, en dejar de quemar combustibles, en ser más radicales sobre la organización de la vida y el consumo diario.
Enfatizan en que es cuestión de voluntad política, de aumentar las ambiciones y compromisos nacionales y en dejar a un lado la pugna entre naciones, entre conservadores y quienes están dispuestos a ir más lejos.
También confían en que conforme se supere el desafío de la pandemia, el movimiento de activistas y estudiantes, relegado al mundo online por las medidas de distanciamiento social, irá regresando a las calles, como ya está ocurriendo en Londres, en donde miembros del movimiento Extinction Rebellion han realizado bloqueos.
“Es verdad que las restricciones y el distanciamiento social tuvieron un impacto en el movimiento, pero las actividades han continuado en línea y estoy convencido de que volverán a las calles conforme volvamos a la normalidad”, sostiene Vähk.
Igualmente ven señales de esperanza, particularmente en la Unión Europea, en donde el enfoque ecológico y sostenible es parte del plan de recuperación ante la crisis económica heredada por la pandemia. Si bien las metas de la Comisión Europea pudieron ser más ambiciosas, reconocen logros como el excluir de las ayudas a las incineradoras y obligar a los gobiernos nacionales a incluir en sus planes de recuperación medidas ecológicas que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero.
“Hay coincidencia sobre la urgencia de actuar y crece todo el tiempo. Las encuestas muestran que para los ciudadanos europeos y de otros países la acción climática debe ser prioridad. Pero necesitamos que el apoyo ciudadano se traduzca en acciones políticas rápidas y audaces”, indica Lübbeke.
En noviembre, en Glasgow, los líderes políticos se reunirán de manera presencial, por primera vez desde el estallido de la pandemia, para atender el desafío climático.
En la COP26 deberán de acordar las reglas complementarias de los acuerdos climáticos de París de 2015, así como demostrar que están dispuestos a hacer más en casa. El foro también será momento para hacer un corte caja sobre lo hecho y hacia donde conduce.
“Debe ser un momento para acelerar nuestra respuesta e implementación, de lo contrario, nuestro planeta estará cada vez más a merced del empeoramiento de la crisis climática”, subraya Lübbeke.